martes, 5 de abril de 2011

Pablo Heras-Casado

Pero, en este caso, la calidad –innegable en algún que otro momento– o la pertinencia de la producción en una obra que, argumentalmente, rara vez traspasa la altura del mero panfleto político, realmente no tiene demasiada importancia ante dos hechos fundamentales y musicales: la categoría de la singular partitura y el acierto que en cubrir la parte musical ha tenido el teatro. En primer lugar, por haber confiado en el indiscutible talento de Pablo Heras-Casado que, cuando tiene tiempo para prepararse una partitura, por compleja que ésta sea, es capaz de sacar lo mejor de ella. En este caso, coherente con su visión de “Mahagonny” como una gran ópera, alejó a la orquesta todo lo posible del cabaret para, sin perder su peculiar sabor, extraer su lado más sinfónico.

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Auge y trastazo de Mahagonny en el Real

La excelente idea, muy exportable, de realizar el Real una nueva producción de una obra lírica tan destacada del siglo XX y tan poco frecuentada se ha quedado a medias merced a un claro error de lectura. Si a los cuatro leñadores (Jim, Jack, Bill y Joe) expoliados y estafados por los tres especuladores (Leocadia, Trinity y Fatty) los conviertes en yuppies de vacaciones, los tres “malos” de la obra (personificación del reprobabilísimo capitalismo) pierden toda su razón de ser: pasan de explotadores y expoliadores a meros aprovechados. Y con ese error de base, la producción de los “fureros” va dando traspiés desde el principio hasta el final de la obra, con algún que otro trastazo entremedias. La pereza que produce el omnipresente vertedero de basuras –metáfora un poco demasiado obvia– es secundaria frente al fallo antes apuntado. Y, como siempre, una protesta social “políticamente correcta”.

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Ambrogio Maestri

Desbordante estuvo el Dulcamara del barítono lombardo Ambrogio Maestri, quien le dio al personaje del embaucador un reflejo melancólico, nostálgico, quizás apegándose al modelo, que el bien conoce, del Falstaff verdiano. Su Dulcamara aturdió a los transeúntes con un volumen considerable, pero su expresión facial no lo hizo parecer tan desvergonzado como frecuentemente se representa. La participación de Gabriele Viviani fue en crescendo, como un simpático Belcore de timbre franco y directo pero con una entonación que no estuvo a fuego durante su aria. Donato Renzetti guió al optimo conjunto scaligero (¡con un coro que estuvo coro estuvo magnífico en esta ocasión!) sin particular fantasía, remarcando principalmente la brillantez de la partitura en detrimento de su alma mas íntima y elegíaca.

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